Impulsos (que uno tiene que reprimir a veces por el hecho de vivir en una sociedad civilizada)

28 marzo 2010 at 22:26 (poemas)

Cada vez que veo un furgón blindado aparcado junto a un banco me entran ganas de atracarlo.

Cada vez que veo un balón botando me entran ganas de pegarle una patada (y dos segundos después de atropellar a un niño).

Cada vez que veo una mujer con el cabello rizado me entran ganas de oler su pelo.

Cada vez que leo «recien pintado» me entran ganas de sentarme en un banco, o de apoyarme en una pared.

Cada vez que veo una piscina vacía de día me entran ganas de tirarme de cabeza; cada vez que veo una playa de noche me entran ganas de bañarme desnudo.

Cada vez que veo un folio en blanco me entran ganas de escribir un poema, y cuando veo quinientos de empezar una novela.

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Amanezco

22 marzo 2010 at 14:25 (poemas)

Amanezco cada día deseando que no lluevas.

Amanezco esperando una revolución

en tu portal, y un amanecer en mi

revolución.

Amanezco con los ojos llenos de legañas

en las que aún están pegadas las letras

de los libros que leímos anoche.

Amanezco deseando encontrar flores

entre las páginas de los periódicos,

ramos de césped en el buzón

y brotes de ramas entrando por mi ventana.

Pero sobre todo, amor,

amanezco deseando

que hayas guardado el bote de Nescafé

en el armario.

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Googlecracia

15 marzo 2010 at 12:06 (incredulidades)

Si cualquier persona teclea «coliseo romano» en la herramienta de búsqueda de imágenes de Google, el primer resultado que aparece es este blog.

Hace unas semanas publiqué, en dos posts, una crónica de mi viaje a Roma en esta bitácora. Incluí varias fotos, una de ellas del Coliseo de la capital italiana. Desde entonces las visitas a este humilde blog se han multiplicado por 10, y gracias a las estadísticas de WordPress sé que la mayoría no accede desde blogs de amigos sino buscando esa imagen (que ni siquiera es mía).

Ante tal capricho del destino (léase: Google), tengo dos opciones: borrar la imagen del Coliseo y conformarme con los pocos lectores que buscan mis textos, o mantenerla y ver como mi blog sigue teniendo un volumen engañoso de entradas, integrado por un porcentaje amplísimo de gente a la que no le interesa nada lo que escribo.

Como todos vosotros habéis adivinado, optaré por la segunda opción. En primer lugar por cuestiones de vanidad (más visitas, más honor), pero también con la esperanza de que alguno de los que buscan esa dichosa foto, acaben leyendo alguno de estos posts aburridos y sin imágenes.

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Encerrado

11 marzo 2010 at 14:05 (microrrelatos)

“Te ha brotado una nuevas fragilidad”

(David Foster Wallace)

Los ojos de tu padre tras sus gafas redondas se han clavado en ti mientras pronunciaba esas palabras que ha oído todo el restaurante: “¿Qué hacías ahí tanto tiempo, Pierre?”. Tú has mascullado un “nada” mirando las baldosas y has vuelto a la mesa, donde te esperaban tu madre, tu hermana y el primer plato ya frío.

Tu padre ha notado por tu gesto lo que quería decir ese “nada” que se ha escapado entre tus dientes, y ha tratado de desviar la conversación hacia la visita al Mont Saint-Michel que acabáis de realizar. Pero tu madre no se da por vencida y te pregunta si algo te ha sentado mal y si te encuentras bien.

No te encuentras bien. Hace unos veinte minutos has sentido al mundo crecer en tu pantalón mientras se te ponía dura. A los quince años cualquier cosa puede provocarte esa sensación que te ha llevado sin pensar a encerrarte en el baño durante tanto tiempo. Quizás ha sido el canalillo que la joven española sentada junto a la ventana ha mostrado al inclinarse a dejar su pesada mochila en el suelo. O quizás la lengua que la turista alemana de la edad de tu madre movía alrededor de sus labios tras la segunda copa de vino de Burdeos. Quizás las dos cosas. Quizás nada de eso.

El caso es que te has escabullido de la mesa y te has encerrado en el baño casi sin pensártelo. A los quince años hay poco tiempo para pensar cuando tienes una erección y un wáter a menos de 200 metros a la redonda. Has elegido cualquier cosa de la carta y te has encerrado bajo llave, pensando que sería cosa de un par de minutos.

El problema es que no contabas con lo angosto del cubículo y con el calor que allí dentro hacía. Además, las paredes eran finísimas y tenías que tener tanto cuidado en no atender las conversaciones del restaurante como de concentrarte en lo que estabas haciendo. Pero era imposible. La discusión de los dueños del local, una pareja de homosexuales como ha sentenciado tu padre nada más verlos, te llegaba con total nitidez. No querías escucharlos pero lo has hecho y el tiempo se ha ido dilatando dentro de aquel pequeño espacio.

Has puesto la mente en blanco, has rememorado imágenes que sueles utilizar para la ocasión, pero te ha costado. Tardabas más tiempo del que habías calculado y la voz de tu padre, firme, ha acabado con tu pequeño plan. Por eso has salido atropellado y avergonzado del baño, no por lo que pensara tu familia, ni por las miradas y  las risas (sí, las has visto de reojo) de la mochilera española y la turista alemana. Has salido de mal humor porque aún te quema algo dentro de ti.

Ahora, mientras remueves con el tenedor la comida fría, piensas en lo primero que vas a hacer cuando llegues al hotel.

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Hablar solo

4 marzo 2010 at 19:09 (incredulidades)

Cada vez estoy más convencido de que la tecnología tiene como principal finalidad hacernos la vida más complicada. Podría poner mil ejemplos de ello que cada uno de vosotros ha sufrido en sus carnes, pero prefiero hablar sobre el más estúpido pero no por ello menos cierto.

De toda la vida, uno de los rasgos que caracterizaban a los locos es su tendencia a hablar solos. En cada pueblo hay uno de ellos que recorre de punta a cabo la calle principal discutiendo consigo mismo. Y esto es algo que he podido comprobar en otros países: locos peripatéticos y autoconversadores hay en todas partes.

Pero hace unos años las cabezas pensantes de la telefonía móvil inventaron esos auriculares que uno se introduce (lógicamente) en la oreja y en cuyo cable hay un micrófono para hablar con el que nos ha llamado. Este simple y útil invento ha provocado que nuestras calles se llenen de personas que caminan hablando a gritos no consigo mismas, sino con un interlocutor invisible.

Esto lleva a que a diario tengamos situaciones confusas que antes no existían. Vemos de lejos a una persona que viene charlando muy animadamente sin tener a nadie a su lado. Deducimos rápidamente que se trata de un chalado y modificamos levemente nuestro camino para pasar a más de dos metros de él. Pero al cruzarnos y mirarlo con condescencia nos damos cuenta de que incrustado en su oreja tiene el auricular (a.k.a. pinganillo) y que mantiene una animada conversación con alguien (supuestamente) real.

Al descubrirlo miramos de reojo nuestro móvil y comprobamos con desazón que no hay ningún mensaje ni llamada perdida.

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Londres (y 2)

28 febrero 2010 at 18:51 (ciudades)

Para descansar después de tanta compra, o hurto, nos podremos dirigir al parque situado al final de Oxford Street: Hyde Park. Se trata de un jardín del tamaño de la provincia de Guadalajara en el medio de Londres en el que podremos encontrar desde lagos y césped hasta una estatua de Peter Pan (¡?) y una fuente dedicada a una santa inglesa: Lady Di. Recomendamos también practicar allí el deporte inglés de la oratoria a gritos, que los nativos realizan los domingos en el llamado (reconocemos que con nula originalidad) Speaker’s Corner.

Otra forma de descansar es un pub, refrescándonos el gaznate (sic) con una cerveza (pinta en el idioma anglosajón) o con una de las especialidades inglesas. Es una falacia bastante extendida que la comida de los británicos es malo; no señores, es buena si se sabe pedir el plato adecuado y ese plato se llama: Sunday Roast Beef. Se trata de unos suculentos trozos de carne regados con salsa y acompañados por patatas, verduras cocidas y un hojaldre llamado Yorkshire Pudding. Es un plato exquisito que se puede pedir en los pubs. El problema es que el arte del expolio también ha llegado a la cocina, y hoy en día es más sencillo encontrar en Londres restaurantes que sirvan comida india o china que un pub con buena comida tradicional.

Para los múltiples amantes del cricket, el deporte rey en toda Europa y nacido en Inglaterra, recomendamos una visita al estadio londinense de Lord’s Cricket Ground. Se trata de un lugar situado al norte de la ciudad (cerca de la parada de metro de St. John’s Wood) donde se desarrollan apasionantes partidos de cricket que duran varios días. Tras un buen partido, el turista se puede acercar a Abbey Road, donde está el primer paso de cebra de la Historia, hecho que multitud de visitantes recuerdan inmortalizándose cruzándolo de cuatro en cuatro personas.

La inmensidad de la ciudad londinense nos impide reseñar todos los monumentos que deben visitarse. Sin embargo, vamos a citar brevemente algunos de los imprescindible como la cafetería italiana Covent Garden, la embajada de Malaysia situada en Trafalgar Square, la tienda Virgin de Piccadilly Circus o la parada de autobuses que está al lado de Tower Bridge (el puente de la Torre de Londres). Todos ellos son lugares que quedarán en la memoria del visitante.

Antes de abandonar Londres, debemos cumplir con uno de los rituales propios de la ciudad: tomar un té con pastas a las cinco de la tarde. Para ello recomendamos acudir a dos de los establecimientos donde mejor té y pastas sirven de todo Londres. El primero se llama Palacio de Buckingham y está situado al final la avenida llamada The Mall. Desde hace 50 años este lugar es propiedad de Isabel de Windsor, que sirve a sus clientes ella misma siempre que la bandera del techo esté izada. El otro establecimiento que recomendamos está en el nº 10 de Downing Street, y aunque ya no está su antiguo dueño, Mr. Blair, siguen sirviendo un gran té que atrae a dirigentes de todo el mundo.

Recomendamos acompañar su visita de Londres de la audición de la canción London Calling de The Clash, una realista visión del Londres de finales de los 70. También es imprescindible para poder disfrutar de nuestra visita leer con anterioridad el libro Historias de Londres de Enric González.

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Planes etéreos

19 febrero 2010 at 12:36 (microrrelatos)

Esa hora indefinida, misteriosa, de los aviones que cruzan por la noche el océano

(José María Merino)

La cena que nos sirvieron nada más salir de Nueva York no me había sentado bien, y tras unas horas de un sueño agitado y sudoroso me desperté con las rodillas doloridas y un gusto pastoso en la boca. Todo el mundo dormía en la clase turista, y la imposibilidad de encender las luces me dejó la memoria como único pasatiempo.

Aquél viaje había sido un error. Todo lo que habíamos vivido juntos en Madrid se diluyó nada más poner un pie en  Estados Unidos. Fueron unos días raros, como si el cambio de continente hubiera provocado un cambio en nosotros y ya no fuéramos los que recorríamos Gran Vía cogidos de la mano como colegiales, ni los que se pasaban fines de semana de excursión en el dormitorio de mi apartamento. Todo había cambiado en las siete horas que el Airbus tardó en llevarnos de las cafeterías sin alma de Barajas a los parkings preñados de coches del JFK.

Pensando más en Nueva York que en Madrid conseguí que las horas pasaran, si es que eso era posible, en el interior de aquel avión. Los demás pasajeros se iban despertando al olor del infecto café que preparaban las azafatas. Poco a poco el sol parecía vislumbrarse a través de las nubes y los cruasanaes recalentados comenzaban a ocupar las bandejas plegadas.

Fue entonces, con la extraña claridad del amanecer a bordo del avión, cuando me di realmente cuenta de lo que había ocurrido. Todo había sido un engaño. Una mentira, una huída de mí mismo. Por primera vez percibí la verdadera naturaleza de aquella relación y la causa de que en Nueva York ya nada fuera igual. Había sido un capricho pasajero. El miedo a comprometerme me había empujado a aquella aventura, que ahora se me presentaba como un lapsus en lo único que me había mantenido vivo durante años.

Fue entonces, cuando el avión comenzaba a bajar, cuando decidí coger un taxi nada más llegar a Madrid y dirigirme a su casa para pedirle perdón. Para reconocer mi error y tratar de que, si aún existía una mínima posibilidad, ella volviera conmigo. Porque por fin había descubierto el sentido de todo lo que nos había pasado.

Aquella certidumbre hizo que no sintiera ningún miedo mientras ibamos descendiendo, ni que me asustara el hongo nuclear que percibí cuando traspasamos las nubes, ni siquiera cuando, por efectos de aquella explosión que estaba arrasando la ciudad, el avión, mi piel, mis planes se fueron derritiendo al calor de un fuego inconcebible.

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Londres (1)

14 febrero 2010 at 21:48 (ciudades)

Cinco aeropuertos no son suficientes para esta ciudad, por lo que están construyendo alguno más que dé cabida a los innumerables viajeros que cruzan cada día los cielos para llegar hasta la capital británica. Descartando el aeródromo de la City, salvo que el turista tenga un avión privado, y el de Heathrow, salvo que venga desde otro continente, el turista tendrá tres opciones para llegar en avión desde Europa. Los tres aeropuertos, Luton, Stansted y Gatwick son de parecida envergadura, surtidos por múltiples compañías de bajo coste y mentirosos, porque como podrá comprobar el turista nada más bajarse del avión: estos aeropuertos NO están en Londres.

Tras un viaje de más una hora en autobús (sorpresa!) por fin llegaremos a la ciudad que creíamos (qué ilusos) haber arribado en avión. El turista que jamás haya visitado Londres debe saber algo que distingue esta ciudad del resto de grandes capitales europeas: está bajo el agua. Por eso se dará esa sensación nada más llegar de humedad (no es lluvia, son corrientes de agua) y de densidad en el ambiente (no es niebla, es la oscuridad del fondo del mar). Pero el turista no se debe preocupar porque podrá respirar sin ningún problema y a caminar por la ciudad, siempre que lleve unas buenas botas y un paraguas del revés.

Para el alojamiento en Londres recomendamos Notting Hill Gate, una zona cercana al centro y en el que podremos ver a Hugh Grant grabando una comedia azucarada con cara de no haber roto un plato en su vida. Eso sí, el turista debe tener en cuenta que todo alojamiento londinense se caracteriza por el gusto excesivo por la madera y por la moqueta. Esto les lleva a acumular en los suelos de las minúsculas escaleras toneladas de polvo, algo sustancial a Londres, ya sea en hoteles de 4 estrellas o en pensiones de mala muerte.

Recomendamos comenzar la visita por el Museo Británico. Se trata del único museo en el mundo dedicado a un arte que los ingleses han desarrollado con mayor perfeccionamiento que el resto de los pueblos: el expolio. Podremos descubrir en este bello edificio desde las primeras muestras de esta disciplina artística: la piedra de Rosetta hasta otras más recientes, pasando por la joya de la corona del expolio: los mármoles del Partenón.

Para los amantes del arte, si con esta visita no se han quedado totalmente contentos les recomendamos dos pinacotecas como son la Tate Gallery y la National Gallery. También, y si el turista va acompañado por niños, podemos acercarnos hasta el Museo de Ciencia. Si el niño es lo suficientemente empollón disfrutará tanto de la visita y usted podrá seguir la visita tranquilamente. Otro punto a favor de la mayoría de los museos londinenses es su carácter gratuito, que los hace más atractivos aún.

Si preferimos las iglesias, podemos dirigirnos hacia la Catedral de San Pablo, cuyo interior carece totalmente de interés, pero en cuyo exterior, y si tenemos suerte, podemos ser testigos de la foto de alguna boda a la que podremos incorporarnos  sin ningún inconveniente. Otros templos interesantes para visitar son la abadía de Westminster y Stanford Bridge. En la primera podremos encontrar las tumbas de los reyes ingleses y en el segundo las de futbolistas del equipo más rico del país: el Chelsea.

Pero Londres no es sólo una ciudad para orar y para ver arte: es también un paraíso para los amantes de los hurtos y, en menor medida, los de las compras. Para realizar ambas actividades (que el turista elegirá según su presupuesto) podemos escoger dos zonas principalmente: Camden Town y Oxford Street. La primera es un parque temático creado por los aviesos comerciantes ingleses para que los turistas españoles puedan comprar en lo que ellos creen que son tiendas “modernas”. Se trata, de una zona que recomendamos visitar sin falta, para poder disfrutar de los miles de turistas que creen encontrarse en el meollo del underground londinense. En la otra zona, Oxford Street, encontraremos las mismas tiendas que en cualquier ciudad española, pero con la particularidad de que podremos pagar en otra divisa más cara: la libra.

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Réquiem por un blog

5 febrero 2010 at 20:32 (incredulidades)

¿Dónde va un blog cuando desaparece?

Hace unos días mi amigo Alberto accedió a su cuenta de Blogger y se encontró con este mensaje:

La sorpresa fue mayúscula y tras intentar todo aquello que los no expertos en informática hacemos en estos casos (volver a entrar en la página, reiniciar el ordenador, probar desde otro portátil) les mandó un mail a los de Blogger preguntando si habían visto a «Tinta Corrida» por sus oficinas.

La respuesta le vino servida en formato de correo burocrático en el que le anunciaban que tenía que esperar a ver si se podía solucionar. Así que Alberto está ahora como Silvio pero con su bitácora en lugar de su unicornio azul.

¿Dónde van  un blog cuando desaparece?

La progresiva sustitución del papel por Internet tiene grandes privilegios, especialmente para los árboles y para las casas de nuestros padres (que siempre acaban atestadas de nuestros libros de texto de EGB). Sin embargo se pierde la sorpresa de reencontrar textos o imágenes del pasado.

Hace poco en una limpieza sugerida (a punta de pistola) por mi madre encontré en mi antigua habitación un cuaderno de 2º de prescolar y una Guía Marca del 99. Eso lo permitía el papel. Pero ahora, con los blogs se trata de algo imposible. ¿Alguien se imagina a Alberto encontrando el poema que publicó el 22 de Noviembre en la web de El País o topándose con mi comentario del 30 de Julio en un foro sobre la liga ACB? No creo.

Desde aquí todo mi ánimo para Alberto y para todos aquellos que algún día perdieron un blog en las insondables profundidades del World Wide Web. Un minuto de silencio por todos ellos.

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Interruptus

26 enero 2010 at 14:03 (microrrelatos)

Me había arrastado hasta la fiesta de esta noche mi mujer, a pesar de que yo quería quedarme en casa viendo el partido de Liga. Era el cumpleaños de un compañero de su trabajo y le apetecía ir.

Al principio creí que lo podría pasar incluso bien. La comida estaba buena y el local que habían alquilado estaba  decorado con gusto y no hacía frío. Pero pronto descubrí que mi primera idea se iba a ir pronto por el caño de la tubería. Fue al ver llegar al marido de una amiga de mi mujer, con el que apenas había cruzado antes dos palabras, con dos quintos de cerveza en la mano, un trozo de tortilla en el otro y una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.

Me saludó con un abrazo que consideré exagerado para la relación que nos unía, pero que pronto achaqué a las cervezas que ya se había trasegado. Conseguí librarme de él momentáneamente al ir a buscar algo de comida a una mesa, pero pronto me siguió hasta allí. Durante más de media hora estuvo soltándome necedades a gritos en mi oreja y lanzándome a la cara trozos de la comida que intentaba masticar mientras hablaba.

Soy un hombre tranquilo y aguanté su comportamiento con estoicismo, pero no pude soportarlo más cuando pisándome un pie me agarró del cuello y me dijo «amigooooo», acentuando la «o» con el pestazo a alcohol (ya se había pasado al whisky) de su aliento. Fué ahí cuando no pude más, apreté el puño y lo lancé hacia su cara.

El primer problema fue que me arrepentí justo antes de impactar contra su nariz, quedándome como una estatua con el brazo estirado y el puño a pocos centímetros de su rostro. El segundo problema fue que acompañé el movimiento de mi mano con un fuerte grito, lo que hizo que todos los presentes en el local interrumpieran sus conversaciones y vieran mi patética actuación.

Ahora, camino del coche, voy unos metros por detrás de mi mujer, que lleva un humor de perros (mehasdejadoenridículodelantedetodosloscompañeros), y no sé si lo que me escuece más es el «perdón» que tuve que balbucear ante aquel idiota, o la sangre que empieza a brotar de mis nudillos.

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